Tengo el alma rota por el destino,
me llueve la tristeza acaudalada;
no descubro el oasis en madrugada,
y mi paz, se transforma en desatino.
No retomaré jamás el camino,
para no presionar tu encrucijada;
y sentir del hedor envenenada,
por no ver el futuro cristalino.
Cuando el olor de la flor se ha esfumado,
marchitó para siempre la belleza;
y ese olor sucumbió a ser ahogado.
A veces no hay maldad sino torpeza,
al no saber cuidar a buen recaudo;
y aplicar la ternura y sutileza.
Mariola López